lunes, 17 de octubre de 2011


Nunca he sido un gran fan de Terrence Malick. Vi Badlands hace mucho tiempo y recuerdo que me gustó, pero tan sólo recuerdo la sensación. Tras Badlands vi no hace mucho Días del Cielo, y me pareció un peñazo insufrible. Hace unos días vi El árbol de la vida y me pareció una película muy muy buena. Cargándose todos los cánones de ritmo y estructura Malick nos explica, en esencia, la historia de la vida, su origen y desarrollo, y cómo la evolución nos ha hecho plantearnos las grandes preguntas de la historia. Todo esto sirviéndose como hilo argumental de una familia de Texas, encabezada por un enorme Brad Pitt – ¿caracterizado a lo Marlon Brando en El Padrino, quizás?- en el papel de un padre severo e inflexible, eterno candidato al campeón absoluto del American Way of Life. Le acompaña como su esposa una bellísima y delicada Jessica Chastain, aportando la sensibilidad y dulzura de la que carece su marido. Sus hijos irán descubriendo poco a poco como la maldad y la bondad, representadas por el padre y la madre respectivamente van forjando su carácter. A través de los ojos de un niño Malick consigue asombrarnos con la presentación de los conflictos internos a los que supongo se enfrenta todo ser humano en algún momento de su vida –“¿Por qué soy bueno? ¿Por qué soy malo? ¿De dónde procede mi capacidad para causar dolor a los demás?”- muy filosóficos todos ellos, en ocasiones demasiado profundos hasta para los espectadores más tolerantes. Tratada visualmente con una factura llena de poesía y color, El árbol de la vida es tan peñazo como Días del Cielo y tan novedosa en el tratamiento de sus temas, personajes y ritmo –lento, lento- como lo pueda ser la mejor peli de Malick –posiblemente ésta misma. Eso sí, para amantes del cine, abiertos de mente y vacíos de prejuicios y que tengan más paciencia que un santo.


Una decepción. Esta vez a José Luis Cuerda le ha pasado algo raro. Tras una pequeña joya como La lengua de las mariposas, Cuerda abandonó el ambiente de la Guerra Civil Española para trasladarse al presente con La educación de las hadas, que exceptuando a Darín no valía nada. Hace unos años regresó a la ya tan manida, sobada, revisada y revisitada cientos de veces, la puta Guerra Civil Española, con Los girasoles ciegos. Basada en una novela homónima, bastante buena, de Alberto Méndez, que se estructuraba en 4 relatos o “derrotas” , el guión firmado por el propio Cuerda y Rafael Azcona ha pasado por alto momentos y tramas del libro en beneficio de otros personajes. De este modo la trama se centra en los personajes de Javier Cámara, Maribel Verdú y Raúl Arévalo, interpretando a un rojo, su mujer y un diácono en crisis vocacional respectivamente. Con una trama previsible –se haya leído uno el libro o no- y una puesta en escena no muy afortunada, la interpretación de los actores es de lo único que se salva. En especial la de Roger Príncep que, como buen niño, hace lo que puede en un festival de la sobreactuación encabezado por Arévalo, (que emite un tenue destello puntualmente en alguna escena con Maribel Verdú) y Cámara como el prisionero en su propia casa (que más que en su propia casa, parece que sea prisionero de la película). Total, bastante desastre. Más teniendo en cuenta que hay pelis sobre el tema como para aburrir, y bastante mejores. Se la pueden ahorrar si quieren.

Por cierto, un abrazo al autor de theguaguasandthepapas.blogspot.com. Sólo por el nombre que le ha puesto al blog se merece esta mención y recomendación que desde aquí hago a todo aquel que me lea en algún momento.

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